06 marzo 2006

DEBATES / Organizaciones sociales ¿después? del neoliberalismo

Repolitizar la sociedad: Tarea pedagógica y desafío político
¿Cómo hacerse cargo del retorno de lo político desde el ámbito de las organizaciones sociales? En la actual coyuntura, esta pregunta plantea desafíos importantes a quienes participan de grupos y movimientos, instituciones y organizaciones, y quieren estar a la altura de las circunstancias actuales: superar el mero discurso impugnador y de resistencia y contribuir, con un aporte específico, a una dinámica donde la política tiene la oportunidad de retomar un lugar central en la sociedad. Sin entusiasmos inocentes, corresponde sin embargo promover apuestas con una esperanza crítica que se haga cargo en la agenda de la reflexión y la acción, de los nuevos tópicos que es necesario incorporar a la formación de líderes y dirigentes desde una perspectiva de construcción de ciudadanía y de politización de lo social.
Por Néstor Borri y Fernando Larrambebere Ilustraciones de Alfredo Benavidez Bedoya

1/La primera hipótesis de trabajo, a la hora de repensar propuestas de reflexión, debate y formación de dirigentes, es que se hace necesario reinsertar la cuestión del poder en el debate y la tarea político pedagógica. Se trata de una afirmación relativamente obvia si se habla de formación de dirigentes, pero es necesario reafirmarla. Esto se debe a que, en décadas anteriores, hubo una operación ideológica que retiró el tópico del conjunto de cuestiones a ser abordadas en los espacios formativos de las organizaciones sociales. Entonces, es clave reintroducir la problemática del poder como eje articulador de toda estrategia formativa de dirigentes, como condición de su contenido político.

Durante los años de fuerte hegemonía neoliberal -que hoy, a pesar de estar debilitada, no ha cesado y persiste- el énfasis en la gestión y en la eficiencia, dejó de lado la cuestión del poder y abortó todo contenido político e histórico de la reflexión. Lo eliminó del lenguaje. Para comprobar esto, basta hacer un ejercicio: revisar los materiales de formación editados por muchas ONGs y fundaciones, o por Ministerios como el de Desarrollo, y ver la impecable eliminación de toda referencia a la historia y al poder en la profusa bibliografía sobre "sociedad civil", "organizaciones comunitarias", "solidaridad". Es significativa la misma denominación sobre los sujetos de la formación: "animadores", "coordinadores", "mediadores", a lo sumo "promotores" o en todo caso "líderes". La idea de dirigentes, y con ella la idea de conducción, no sólo no aparece casi en absoluto, sino que, aún hoy, cuando se trata en espacios formativos, genera resquemores y pruritos. ¿Por qué suponemos que los sectores populares no necesitan construirse, darse su propia conducción para asumir una etapa histórica?

Dentro de este derrotero de la cuestión del poder, una mención especial merecen las propuestas de "empowerment" -o "empoderamiento"-que se ubican en una zona intermedia y ambigua que debe ser también revisada. Sutilmente, la idea de empoderamiento, incorpora la cuestión del poder al tiempo que elimina el conflicto. El término supone que es posible empoderarse, asumir un rol más protagónico en la sociedad y la escena pública. Pero en el mismo momento, "congela" las relaciones de poder en la sociedad y delimita el destino de los sectores populares y de sus organizaciones a meros grupos de presión o, en todo caso, a grupos autogestivos con "capacidades propias" pero sin posibilidades -y, en perspectiva, sin intención- de promover cambios estructurales. El empoderamiento tiende fácilmente a reproducir la fragmentación de los sectores populares al promover que "cada cual" -persona u organización- se empodere: cada cual "baja las escaleras como quiere".

2/La construcción de ciudadanía y la ciudadanía como conflicto constituyen un segundo eje central.

Entendemos que asumir la construcción de ciudadanía como matriz y marco general de la reflexión-acción para la formación de dirigentes supone una apuesta tendiente a articular lacuestión de construcción del poder popular con la ampliación de la democracia. Entendemos también que, en el momento actual, esta articulación es la más efectiva para canalizar y fortalecer las posibilidades de promover una sociedad más justa, asignándole a las organizaciones sociales un rol y un horizonte de acción e interpretación que active al máximo sus potencialidades transformadoras (al tiempo que se neutralizan, en la medida de lo posible, sus inercias y características reactivas y reproductoras del statu quo).

Pero asumir la cuestión de la ciudadanía supone además una serie de deslindes y precisiones ideológicas y políticas. En primer lugar, trascender la idea "normativa" de ciudadanía, centrada en los derechos y deberes y en su reconocimiento legal. Más bien, se trata de entender que la ciudadanía es el nombre de la constitución y el resultado de la creación de sujetos políticos en términos democráticos, y de la activación e intervención en los conflictos donde esto sucede.

Se le cuestiona a la idea de ciudadanía su matriz liberal. Es frecuente escuchar hablar de "la trampa de la ciudadanía activa" como propuesta de matriz neoliberal. Valen las advertencias, pero al respecto se puede decir que es justamente su matriz "liberal", la que permite entrar en la disputa que, en el marco de la complejidad histórica y de matrices de la democracia, da posibilidades a los sectores populares para construir e intervenir en procesos políticos fortaleciendo la soberanía popular -uno de los componentes centrales, aunque no el único, de la tradición y la teoría de la democracia-. Dicho en otros términos: plantear la cuestión de la ciudadanía permite mantener abierto el campo que articula la cuestión de "lo popular" con la cuestión democrática.

Tensionada, por un lado, por la idea vertiente liberal de la democracia y, por otro, por la "construcción de poder popular"; la noción de ciudadanía capta y resignifica fuerzas de matrices diversas de la teoría y la historia política. Es en ese conflicto, y no en la seguridad de términos "precisos", doctrinas de certezas e ideologías cerradas, donde se pueden realizar construcciones que conduzcan a abrir espacios para la vida popular en la sociedad afectando los proyectos de país. Se evita así el riesgo de la creación de burbujas y grupos sectarios o, en el mejor de los casos, insignificantes, meramente testimoniales.

Trabajar la formación de dirigentes en clave de construcción de ciudadanía trae riesgos. Pero son éstos los que, justamente, marcan las potencialidades de debate, confrontación y transformación: cuando la construcción de ciudadanía interroga tanto los problemas como las luchas, permite encontrar denominadores comunes en el amplio y fragmentado abanico de "micro-luchas" o "mini-propuestas" (experiencias, iniciativas, grupos, movilizaciones) que tienen el valor de ser el punto de partida de muchos dinamismos bienintencionados y concretos, pero el límite profundo de no permitir abordar los problemas en la dimensión que éstos exigen para ser solucionados.

Además de la capacidad de "hilvanar" (articular) diversidad de problemáticas y luchas populares, la noción de ciudadanía pone a estos debates en la arena política de la democracia representativa, que es el modo actual y real por el cual han optado la mayoría de las sociedades. En ese sentido, construir ciudadanía desde los sectores populares es otro nombre para denominar la apuesta de ampliar la democracia y de construir una sociedad con presencia y protagonismo popular. Esto es, reconstruir y ampliar la democracia como soberanía del pueblo y tensar el "gobierno de los muchos" desde la perspectiva de las mayorías.

3/Si desde una perspectiva conceptual o ideológica, la idea de ciudadanía puede y debe ser tensionada por la matriz liberal y por la construcción de poder popular; desde la perspectiva histórica y de la experiencia concreta de los sectores populares en nuestro país, la tensión principal a trabajar es la que surge de reconocer que, aquí, ser ciudadano ha sido -en términos político históricos y de experiencia y memoria- ser trabajador.

Esto nos lleva a un doble problema, pero en el mismo movimiento nos pone de cara a los desafíos correctos, entendidos como los más fecundos para activar potencia política. La memoria de la experiencia pone a la luz la realidad actual de muchas organizaciones populares que no están estructuradas en torno al trabajo, sus instituciones y sus conflictos. En cambio, se estructuran en torno a las problemáticas de la sobrevivencia en una sociedad de trabajo inestable e informal, de alta desocupación, de problemas que no sólo trascienden ampliamente el de los salarios y las condiciones de trabajo, sino que además aparecen como "desconectados" y ajenos. (Entran aquí organizaciones barriales, de mujeres, de jóvenes, de pequeños productores, grupos culturales, los llamados "grupos territoriales"). Esto exige, por un lado, incorporar al proyecto democrático popular, a la creación de sus dirigencias y el diseño de sus luchas, las dimensiones y conflictos específicos que la transformación de la sociedad salarial deja a la vista -entre los cuales las problemáticas de género, de medio ambiente, de reconocimiento son un claro ejemplo-. Problemáticas que en tiempos donde el conjunto de los conflictos eran procesados en el mundo del trabajo, quedaban ocultas o postergadas, no nombradas.

La nueva configuración de la sociedad exige asumir estas "novedades", porque enfrentar estos nuevos conflictos potencia nuevas posibilidades; pero al mismo tiempo exige reconectar con la problemática económica, y asumir que las cuestiones del trabajo y de un proyecto de país donde se genere mano de obra, empleo, riqueza, son centrales en la resolución efectiva y consistente de los problemas de la pobreza en Argentina. Estos puntos deben ser tematizados con elementos más consistentes que los que provee la llamada economía social o solidaria; pensando en qué medida las organizaciones sociales pueden traducir sus esfuerzos en fuerza para construir un proyecto de país que desarrolle condiciones de calidad de vida y autonomía para sus habitantes.

Pensar y activar las posibilidades desde las cuales las organizaciones sociales puedan articularse con el movimiento obrero -el cual debe ser reconstruido desde una nueva perspectiva-, aparece como una exigencia si no se quiere ser cómplice de la consolidación de una sociedad dual. Una sociedad en donde una parte vive de trabajos precarios, mientras otra es una sociedad "alternativa", informal y excluida; reproduciendo en ambos lados del campo las condiciones de subordinación, disciplinamiento de los sectores populares.

La idea de que "lo territorial" es el nuevo nombre y escenario de construcción del sujeto popular es válida siempre y cuando no se olvide que la cuestión de la distribución de la riqueza no se resuelve sencillamente en lo barrial -de hecho, no podrá resolverse desde ese lugar- y que trabajar en "nuevas organizaciones" surgidas desde allí, está lejos de esquivar redes de poder que subordinan -no ya desde los estilos y matrices del viejo sindicalismo, como se suele acusar, sino desde las también viejas redes de poder y subordinación comunitarias y barriales-.

Otra tarea que se presenta es tematizar la experiencia peronista, su cultura política, sus expresiones institucionales y sociales. Problematizar su vigencia como identidad y memoria, y a la vez como significante común en la experiencia política actual. Si ser ciudadano ha sido históricamente ser trabajador, y si actualmente la exclusión económica, la posición subalterna en lo político y el disciplinamiento social están articulados por el desempleo; entonces es indispensable pensar qué es hoy el peronismo como realidad y como memoria. Hacerlo tanto en términos de recuperar críticamente continuidad histórica, como de diseñar acciones que transformen el terreno real del poder político.

4/Todo esto nos sitúa en el escenario actual en que debemos continuar o emprender experiencias político-pedagógicas. Tres cuestiones entendemos como centrales aquí.

Primero, reconocer el estado actual de la "ventana de oportunidad" que surgió con la crisis del 2001 para una nueva politización de la sociedad y la reconstrucción de proyectos de transformación. Entendiendo ésta en un doble sentido. Por un lado, como el "cierre" del ciclo histórico abierto en nuestro país por la dictadura de 1976. Al mismo tiempo, como una crisis que no ha sido orgánica (esto quiere decir que no se trata del agotamiento y mucho menos del derrumbe del modelo neoliberal, sino, sobre todo, de una crisis de hegemonía, de las posibilidades de legitimación del modelo). Esto supone que por un lado hay que reconocer un cambio de ciclo, pero por otro asumir que las brechas abiertas son parciales y deben ser trabajadas para darles un sentido. En ellas hay que construir poder y fuerza para acumular posibilidades de transformación.

Teniendo como marco estas rupturas y continuidades, estas posibilidades y límites, lo segundo a tener en cuenta es que se dio y está vigente un reacomodamiento de los actores. Allí se abre un proceso de "cooptación" de movimientos sociales y de reconfiguración del sentido de los conflictos y las propuestas, de las luchas y los discursos. "Cooptación" no es visto aquí como un proceso negativo o degradante, sino como el dinamismo por el cual los movimientos sociales y las organizaciones populares actúan como proveedoras y actores -activos y limitados a la vez, pero siempre con márgenes de libertad y autonomía de nuevos liderazgos políticos. En este sentido es que hay que comprender los procesos vividos en el movimiento de desocupados y sus dirigentes, o entre los cuadros técnicos de las ONGs y la academia, y en el seno mismo del fragmentado sistema de partidos del país. No se trata de que la cooptación suceda o no; sino de preguntarse en qué términos y con qué sentido se da, a qué aporta esa cooptación. Una posición que sólo promoviera la "no cooptación" estaría cerrando la posibilidad de la política, reivindicando una autonomía estéril de las organizaciones sociales. Se trata de las condiciones y la direccionalidad, el resultado y los marcos, de esa cooptación. Lo cual implica reflexionar qué se puede hacer o habilitar en ese proceso.

En tercer lugar, es importante ver este marco actual de oportunidades allí donde tiene relación directa con la estabilización, el dinamismo y la asignación de sentido de ese proceso de "cooptación" de cuadros y movimientos. Especialmente después de las elecciones legislativas, se abre un proceso interesante en este campo, no sólo de cara a las elecciones presidenciales de 2007, sino también de cara a qué alianzas, espacios institucionales y espacios de interlocución es posible habilitar y aprovechar para influir en la direccionalidad de las políticas.

Un conjunto de temáticas y núcleos de conflictos se presentan como estructuradores de una agenda para la intervención ciudadana y de los movimientos sociales en la acción política en la etapa que sigue. La puja salarial y el debate sobre la distribución de la riqueza son centrales como horizonte de todos los planteos a realizar en organizaciones solidarias, de reivindicación, de protesta, de gestión comunitaria e incluso de autoayuda y contención. A todas las tensionará hacia el centro de la cuestión social en Argentina.

Conjuntamente, surge el objetivo de traducir los múltiples esfuerzos de las organizaciones en una fuerza que colabore para la reconstrucción y el fortalecimiento del estado democrático y de su rol distributivo y democratizante; al tiempo que se perfila como componente necesario de este debate la necesidad de promover desde el ámbito social y el político un poder con hegemonía y capacidad para disciplinar al capital concentrado local y trasnacional. Es fundamental asumir la escala nacional como fundamental en esta etapa, ya que es en/desde el nivel nacional donde se presentan las brechas para reconfigurar las relaciones de poder y porque es en esa escala donde tienen consistencia las problemáticas a enfrentar. Desde y hacia esa escala es necesario articular los debates, las redes de organización, las articulaciones y las acciones coordinadas.

La formación de dirigentes es una instancia que conjuga la capacidad de construir pensamiento, constituir sujetos y diseñar intervenciones. En esta etapa, debe estar orientada e interpelada en un proceso mayor de repolitización de la sociedad. Eso significa no sólo incorporar nuevos tópicos y ejes. También implica realizar fuertes rupturas que van más allá de "cambiar de temas". Se trata de reconfigurar la propia identidad de organizaciones y experiencias, y la subjetividad militante de quienes las conducen.

Eso tiene un costo y conlleva riesgos. Crear condiciones para tomarlos, y reconocer las oportunidades del contexto como efectivas pero provisorias, es parte de la tarea pedagógica; allí donde ésta se articula con la acción política, en el punto preciso en donde la pregunta a formular es, justamente, ¿qué nos debemos preguntar juntos? #

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