26 junio 2011

Todos en la pista

Por Mario Wainfeld

Ocho fórmulas presidenciales se anotaron para las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO). Un consenso invisible ligó a los que aspiran a llegar a la Casa Rosada: ninguno competirá en internas, que en algunos casos se decidieron con encuestas o con muñeca y en otros con secesiones. Varios candidatos ya lo fueron con anterioridad: Cristina Fernández de Kirchner, Eduardo Duhalde, Elisa Carrió, Alberto Rodríguez Saá, Jorge Altamira. Otro, Hermes Binner, asciende en un cursus honorum calculado: intendente, gobernador, ahora presidenciable. Ricardo Alfonsín se suma a las grandes ligas con el sustento del segundo partido del sistema político y una alianza impensable a comienzos de año, en la que el pragmatismo golea a la coherencia ideológica. Alcira Argumedo, ungida a último momento por Proyecto Sur, ejercita un intento testimonial. Deberá lidiar duro contra la exigencia del piso del uno y medio por ciento de los votos válidos emitidos, que también desafía al postulante de la alianza de izquierda. Casi todos los partidos sudarán la gota gorda por tener representación en todos los distritos cumpliendo ese requisito, exceptuado el Frente para la Victoria (FpV) y, acaso, la coalición entre Alfonsín y Francisco de Narváez. Estos dos postulantes son los emergentes de la elección de 2009 que mantienen cotización. El escenario general cambió mucho desde entonces, a favor del FpV.

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Del panradicalismo a la UCR colorada: El radicalismo fue el partido vencedor en el conflicto de las retenciones móviles, merced al protagonismo de Julio Cobos en su definición. El vicepresidente, un radical atípico que consigue terminar su mandato, dilapidó su potencial por dormirse en los laureles y creer en lo que contaban los medios.

El senador Ernesto Sanz fue un prospecto de probeta de los medios y las corporaciones. Ambos quedaron en el camino, vencidos por Ricardo Alfonsín ante quien, como el protagonista de Cafetín de Buenos Aires, se entregaron sin luchar.

La primera hipótesis de trabajo de la UCR y de Alfonsín fue comandar un espacio panradical, abierto algo a su centroizquierda. Reconciliarse con las hijas pródigas Carrió y Margarita Stolbizer, sumar a los socialistas y a Proyecto Sur. Limitaciones en el liderazgo, cierta dilución de la inicial perspectiva triunfalista y el giro hacia De Narváez dinamitaron ese proyecto.

Jugada pragmática por demás, el acuerdo con el camaleónico Colorado se santificará o lapidará según el resultado electoral. Los candidatos que se fueron agregando, incluyendo los aspirantes a vice en nación o en Buenos Aires, no capacitan para imantar multitudes o nuevas adhesiones.

Las sucesivas votaciones en provincias han mostrado flaco al radicalismo, circunstancia que (todo lo indica) ratificarán Misiones, Tierra del Fuego y la Ciudad Autónoma. Ese dato fue tabulado por los boinas blancas para virar a derecha, habrá que ver si eso contrapesa pérdidas de ciudadanos con otras perspectivas ideológicas o independientes. Hasta ahora, las encuestas no convalidan la jugada.

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Binner suma, Pino resta: El gobernador Binner es sensato, no sueña con llegar a la segunda vuelta aunque sí con acumular un caudal aceptable de votos, como base para una construcción futura. Hasta ahora se movió paso a paso, tomando riesgos que pudo sortear. Impuso su delfín en Santa Fe, pugnando con su propio partido. Antonio Bonfatti ganó la interna y puntea en las encuestas para gobernador aunque el gap con el diputado kirchnerista Agustín Rossi no le da margen para cantar victoria anticipada, una práctica siempre desaconsejable.

Binner rumiaba desde hace un buen rato vertebrar un frente de centroizquierda, aunque no desechó ir con Alfonsín hasta que éste torció su rumbo. Sumó, diríase ecológicamente, al partido Nuevo de Luis Juez, al GEN de Stolbizer y al conglomerado que encabezaba el diputado Fernando Solanas. La entente se sostiene en Santa Fe (el pilar del proyecto de Binner, el que siempre ranqueó en primer lugar) y en Capital. En el área nacional se desmadró al poco tiempo de acordarse. Solanas se abrió, disconforme con la forma en que se conformaron las listas. La reacción fue cuestionada y no acompañada por sus propios aliados del último bienio, Libres del Sur y el sector que encabezan Víctor De Gennaro y Claudio Lozano. Sin adentrarse en discutir la justicia o no de las operaciones de cierre la reacción de Pino trasunta más su personalidad e intransigencia que la soltura política exigible a quien aspira a gobernar y no sólo a testimoniar posturas. Centrifugó a su sector y a su bloque, no convenció ni a los propios. Todo cálculo contenido en esta nota se subraya por única vez pero vale para toda su extensión, es relativo por estar supeditado a los sondeos. Esto dicho, todos los protagonistas leen los sondeos (que divergen menos que en otras elecciones) para determinar sus ambiciones y sus tácticas. Solanas, bajo ese prisma, tiene menos potencial que Binner y Luis Juez, a quienes dejó de lado. El socialismo, ya se dijo, está bien en Santa Fe. Juez sigue siendo muy competitivo en Córdoba. Proyecto Sur parece sucumbir a la polarización en la Ciudad Autónoma, lejos de disputar un sitio en la segunda vuelta. En ese ranking, darse por ofendido y achicar un espacio en construcción parece una movida exorbitante, de improbable rédito y débil para convocar adhesiones.

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Panperonismo con más fugas que sumas: El Peronismo Federal también se galvanizó con la Resolución 125. Tenía dos presidenciables con potencial, uno propio y otro prestado: el senador Carlos Reutemann y el jefe de Gobierno Mauricio Macri. Si conseguía unirlos y mantener en el rodeo a De Narváez, podía suponer una elección con tres fuerzas en relativa paridad, como la de 2009. Como a los correligionarios, la falta de liderazgo los lastimó pero, a diferencia de éstos, no contaban con un partido que mantuviera al menos la fuerza propia.

La proliferación de candidatos, una vez desistidos “Mauricio” y “Lole”, trasuntó debilidad antes que riqueza. La carencia de afectio societatis polarizó y dividió al espacio. Rodríguez y Saá y Duhalde no supieron hacer una interna decorosa ni masiva. Van separados, Macri y De Narváez les quedan afuera.

Reutemann y Felipe Solá observan el devenir desde sendos “no lugares”: asentados en sus bancas con mandatos que tienen cuatro y dos años por delante. Se pronunciarán después de las urnas y pasarán facturas a los federales o al kirchnerismo o a ambos, según cómo se exprese el pueblo. Desde su propio interés quedaron relegados, su ausencia traduce las limitaciones para sumar del agregado federal.

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Coda: El cronista cree que en sistemas políticos estables son los gobernantes quienes ganan o pierden las elecciones. La saga de lo ocurrido desde 1983 hasta la fecha robustece la hipótesis.

Un inusual contexto de crecimiento económico y estabilidad política (comparado con los standards promedio en la Argentina) tonifica a los oficialismos nacionales, provinciales o municipales.

A nivel nacional, el kirchnerismo prima a interesante distancia, fortalecido por los resultados económicos y la dispersión opositora. Si la gestión y la visibilidad son sus fuertes, dialécticamente acunan sus debilidades. Parece estar más a merced de errores propios, de “fuego amigo” que de aciertos de sus adversarios. El escándalo provocado por las denuncias (a esta altura, ecuménicas) contra Sergio Schoklender es el ejemplo más cercano, que debería desalentar triunfalismos prematuros. Golpeó fuerte en el electorado porteño, debilitó al FpV y dio un aventón a las chances (de por sí altas) de Macri. En lo nacional el impacto fue menor pero no irrisorio. La vanguardia de la oposición, las corporaciones mediáticas, machaca sobre ese clavo ardiente.

Los postulantes opositores no agregan mucho a la agenda mediática. Los cierres de listas (con su lógica, no cuestionable en esencia, carga de zancadillas, roscas y trapisondas) no agregaron figuras vistosas o convocantes al diseminado Grupo A. Los discursos de los referentes opositores carecen de sugestión, por no hablar de los programas. Su bandera principal es terminar con el kirchnerismo, quizá no sintonice con las demandas colectivas más acuciantes.

A nivel nacional, no hay una oferta de centroderecha autodefinida como tal. De Narváez (que se maquilla con los radicales y con la itinerante Graciela Ocaña) y Macri (más asumido) sí enarbolan esa bandera en distritos grandes. Miguel Del Sel ansía hacerlo en Santa Fe, con los colores de PRO y un discurso pseudopopulista. Carrió, seguramente, quiere interpelar a ese target con la candidatura de Mario Llambías a diputado en la provincia de Buenos Aires. Tal vez la oferta atrase dos años. Llambías deberá sudar lo suyo para acceder a una banca. Curioso personaje el ruralista que alega que sus adversarios habitan en el zoológico, siendo él un gorila gutural que ama a las vacas.

Si las elecciones fueran hoy, nadie lo discute hablando en serio, Cristina Kirchner ganaría en primera vuelta. Serán dentro de cuatro meses, nada está cerrado hasta entonces. Los opositores apuestan a algún hecho descalificante, a que triunfos del socialismo en Santa Fe o del PRO en Capital tonifiquen a partidos distintos a los que pueden primar allí. O a que las primarias organicen el voto opositor, sea porque surja una opción polarizadora, sea por temor a una oleada kirchnerista. No son grandes bazas, pero son las mejores de que disponen. Mientras dure el juego, nada está definido. He ahí otro motor para una esperanza que hace dos años o tres rayaba más alto.

07 junio 2011

Modelo de crecimiento

Por Claudio Scaletta

Normalmente los historiadores de la economía local reconocen, a partir de la consolidación del Estado Nacional, tres grandes patrones de acumulación, etapas o modelos de crecimiento. El agroexportador; tras la salida de la economía colonial y que entra en crisis a partir de las grandes conflagraciones del siglo pasado, un intermezzo de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI) y, a partir de mediados de los ’70 y hasta la gran crisis de 2001-2002, una etapa de valorización financiera y endeudamiento. Una de las discusiones inevitables a partir de la administración iniciada en 2003 fue la pregunta por la naturaleza del nuevo patrón de crecimiento. Sin dudas se había quebrado el ciclo de valorización financiera, pero no estaba claro si existía o no alguna forma de improbable regreso a la ISI. La nueva realidad mostraba que el grueso de las empresas públicas no existía más, que el sistema previsional estaba en manos del sector financiero a través de las AFJP y, que además, el endeudamiento público era gigantesco y con el agregado de la cesación de pagos. El mundo también había cambiado, la globalización era una realidad palpable, la propiedad de las empresas era otra y el comercio intraindustrial dentro del Mercosur reconfiguraba el panorama.

Ocho años después la realidad es completamente diferente. Un estudio difundido esta semana por Cifra-CTA deja entrever una respuesta, desde los números, a la pregunta por el nuevo “patrón de crecimiento” del período 2002-2010. El primer dato incontrastable es el crecimiento, con tasas “extraordinariamente elevadas” en términos históricos y holgadamente por encima del resto de Latinoamérica. Mientras entre 1993 y 2001 el PIB creció a una tasa anual acumulativa del 1,4 por ciento, entre 2003 y 2010 lo hizo al 7,8. El resultado fue que el PIB por habitante saltó un 46 por ciento en el período, tasa que se reduce al 23,9 si la medición se realiza en dólares.

El debate comienza cuando se trata de explicar las causas y la naturaleza de este crecimiento. Aparecen entonces los primeros mitos. El más conocido es el del “viento de cola” de los precios de las commodities. Si se observa la contribución al crecimiento de cada uno de los componentes del Producto, se tiene que, frente a una expansión del PIB del 7,8 por ciento anual, la Inversión Interna Bruta Fija crece al 17,5 por ciento anual, las exportaciones al 6,5, el consumo privado al 6,8 y el público al 7,4 por ciento. La primera conclusión es que todos los componentes de la demanda, salvo la inversión, crecen menos que el conjunto de la economía. Si se observa la contribución al crecimiento del período 2002-2010 de cada uno de estos componentes, el consumo privado explica el 51,8 por ciento, la inversión el 30,4 y las exportaciones sólo el 9,4, valor que desploma el mito del “viento de cola”.

Una segunda cuestión es la composición del crecimiento. A diferencia de la década del ’90 la expansión fue “traccionada” por los sectores productores de bienes en general y de la industria manufacturera en particular; la que registró una tasa de crecimiento anual acumulativa del 8,1 por ciento. Otra vez, conviene ver a las actividades por su contribución al crecimiento del período. Entre 2002 y 2010, las manufacturas explican el 58 por ciento de la expansión, la construcción el 28 y el agro el 10 por ciento, lo que derriba un segundo mito discursivo del crecimiento liderado por el agro y su increíble efecto multiplicador.

Los componentes de la demanda muestran claramente un nuevo patrón de crecimiento basado en el desarrollo de los sectores productores de bienes que revirtió el proceso de desindustrialización heredado del cuarto de siglo anterior, con aumento del peso de la inversión en el Producto.

Estas transformaciones fueron acompañadas por cambios en los fundamentos macroeconómicos. El primero fue el fin de los déficit fiscal y externo crónicos. El segundo, la disminución del endeudamiento público como porcentaje del PIB, que se desplomó del 147,3 por ciento en 2002 al 44,6 en 2010, pero que si se descuenta el endeudamiento interestatal se reduce a sólo el 20,9 por ciento.

Finalmente, se destacan las profundas trasformaciones en el mercado laboral. El dato principal es la creación de cuatro millones de puestos de trabajo, lo que permitió reducir a un dígito las tasas de desocupación y subocupación, lo que otorgó otro poder de negociación a los trabajadores y, en consecuencia, mejoró parcialmente la estructura de distribución del ingreso. En paralelo, el número de empleos registrados aumentó en 3 millones. El empleo en negro pasó de casi el 50 por ciento al 35, valor todavía alto.

Uno de los hitos de la etapa fue la recuperación del sistema previsional, que no sólo terminó con un negociado financiero, sino que permitió ampliar la cobertura en más de 2 millones de nuevos jubilados y financiar instrumentos sociales clave como las nuevas asignaciones universales.

De todas maneras, el nuevo patrón también muestra limitaciones que demandan correcciones. Muchas de estas limitaciones ya fueron tratadas en este espacio. Una de ellas es el tipo de cambio real (TCR), que desde 2007 muestra una revaluación tendencial producto de la mayor inflación. Tomando a enero de 1999 como base 100, el documento de Cifra reseña que en julio de 2002 el TCR llegó a más de 250 y actualmente se encuentra en torno de 160. La primera consecuencia de esta pérdida de competitividad es el menor dinamismo de los sectores productores de bienes, lo que se refleja en un freno a la creación de empleos. Desde 2007 se frenó el aumento de los salarios reales. Aunque parte de este freno se compensó con mayor empleo público, para 2010 sólo los salarios de los empleos registrados estaban un 15 por ciento por encima de los vigentes en 2001, mientras que los no registrados todavía se encuentran dos puntos por debajo del nivel de fines de la convertibilidad (tomando como deflactor el IPC-7 provincias).

Finalmente, la inflación y el freno en la evolución salarial produjeron un estancamiento en los niveles de pobreza e indigencia. Es aquí donde, según Cifra, se encuentra la limitación principal: “A pesar de la extraordinaria expansión del nivel de empleo, los trabajadores se apropian en la actualidad de una porción inferior del ingreso que a comienzos de la década del noventa. Este proceso obedece al relativamente bajo incremento registrado en los salarios reales, en el marco de una de las fases de crecimiento económico más significativas de la historia de nuestro país”

jaius@yahoo.com

02 junio 2011

La participación de los trabajadores en el ingreso

profundización del patrón de crecimiento para alcanzar una nueva fase de fuerte avance de la ocupación y de las remuneraciones facilitará la mejora de la distribución del ingreso.

Por Nicolas Arceo y Mariana L. González *

La crisis final del régimen de convertibilidad implicó un fuerte retroceso para la clase trabajadora. El colapso de este régimen implicó una aguda transferencia de ingresos desde el trabajo al capital, como consecuencia de la estrepitosa contracción que experimentó el poder adquisitivo de los salarios tras la devaluación de la moneda. Dicho proceso condujo a que en el año 2002 los trabajadores tuvieran una participación en el Producto de sólo el 31,4 por ciento, de acuerdo con los cálculos de Cifra, valor extraordinariamente reducido en términos históricos.

La adopción de un nuevo patrón de crecimiento basado en el desarrollo de los sectores productores de bienes posibilitó que a partir de 2003 se revirtiera la tendencia declinante de la participación de los trabajadores en el valor agregado. Las elevadas tasas de crecimiento económico, así como la mayor intensidad en el uso de mano de obra, posibilitaron una extraordinaria expansión de la ocupación. La creación de más de cuatro millones de puestos de trabajo y la paulatina recuperación de las remuneraciones reales de los trabajadores implicaron que la participación de los asalariados en el Producto alcanzara al 38,3 por ciento en 2006, un valor que superaba al promedio prevaleciente en el segundo quinquenio de la década del noventa.

Desde entonces, sin embargo, las mejoras distributivas fueron acotadas y la porción del Producto total que se apropian los asalariados se mantuvo en torno del 39 por ciento. Si bien dicho porcentaje fue algo superior en 2009, dicho comportamiento obedeció al período recesivo que enfrentó la economía argentina ante el impacto de la crisis económica internacional.

El estancamiento de la estructura distributiva desde el 2007 obedeció centralmente al menor dinamismo verificado en la generación de puestos de trabajo y a la sensible disminución en la tasa de crecimiento de los salarios reales. En efecto, la tasa de empleo no sufrió prácticamente modificaciones desde ese año. A su vez, la aceleración en el ritmo de variación de los precios determinó que entre 2007 y 2010, a pesar de los importantes incrementos en términos nominales, las remuneraciones reales de los asalariados registrados se expandieran al 2,9 por ciento anual y las de los asalariados no registrados al 1,9 por ciento anual, en un contexto en el que la economía argentina creció al 5,5 por ciento por año. En suma, el patrón de crecimiento adoptado tras el colapso del régimen de convertibilidad posibilitó, sin lugar a dudas, sensibles mejoras en las condiciones de vida de la clase trabajadora, pero ello no implica desconocer que aún queda un largo camino por recorrer hasta alcanzar una estructura distributiva realmente equitativa. Más aún cuando los ingresos reales del conjunto de la población ocupada se encuentran actualmente en niveles similares a los registrados a fines del régimen de convertibilidad, en una economía que se expandió casi 60 por ciento desde 2001.

El menor dinamismo experimentado en el mercado de trabajo en estos últimos años es un elemento determinante en el estancamiento reciente de la estructura distributiva. En este sentido, se requiere avanzar en la profundización del patrón de crecimiento para de esta forma alcanzar una nueva fase de fuerte crecimiento de la ocupación y de las remuneraciones. Sólo un patrón de desarrollo basado en la expansión de la producción de bienes, y en particular de la industria manufacturera, posibilitará un incremento sensible de la ocupación y de las remuneraciones reales, de manera de quebrar definitivamente la estructura distributiva gestada tras casi tres décadas de hegemonía neoliberal

* Economistas de Cifra-CTA.

Fuente: http://www.centrocifra.org.ar/publicacion.php?pid=37