05 diciembre 2006

ABORDAJES / Tierras, políticas públicas y distribución de la riqueza


QUÉ SE MUEVE EN EL CAMPO

Como se ve en las noticias, en estos días distintas entidades de productores agropecuarios de la Argentina sostienen un “lock out” ganadero como protesta hacia medidas para el sector adoptadas por el Estado Nacional. Aunque el episodio actual se desató con la fijación de precios máximos para la carne por parte de la Secretaría de Comercio Interior, el malestar de los dirigentes del campo parece estar vinculado a todo el conjunto de acciones intervencionistas que se ha ampliado con el transcurso del año.

El escenario es complejo, involucra a actores e intereses que no son homogéneos ni armónicos ni transparentes (y no lo serán, porque son reales y están atravesados por las propias contradicciones de la sociedad). No es tan simple como una pelea entre “los buenos” y “los malos”.  Sin embargo, que la cuestión sea compleja, no significa que no sea abordable.  Al contrario, es en su complejidad que debe ser abordada.

En ese sentido, cabe preguntarse cuáles son los actores concretos involucrados, y si acaso son sólo el gobierno nacional y las entidades que nuclean a los productores del agro. Preguntarse con perspectiva histórica y con los pies en el presente qué papel juega cada uno; cuáles son las contradicciones hacia adentro y hacia fuera de los mismos; quiénes son los beneficiados y perjudicados; cuáles son esos “beneficios” que se mueven. Así mismo, preguntarse con realismo qué proyectos de país se enfrentan y cómo se ve afectada, interpelada y desafiada en todo esto la sociedad argentina.

Con la intención de hacer un aporte para una interpretación de estos conflictos, desde mapas ofrecemos un adelanto de uno de los ejes del “mapa” infográfico sobre la cuestión de la tierra en Argentina que será publicado en el próximo número de la revista (disponible en pocos días). Agregamos además una serie de notas periodísticas y de análisis que proporcionan claves y referencias para el abordaje del tema. Elementos para un mapeo de los procesos y tendencias que cruzan la problemática de la tierra –y la producción y la renta agropecuaria– con la problemática de la distribución de la riqueza en nuestro país.

ESTÁ DISPONIPLE UNA CARTILLA DE TRABAJO SOBRE LA CUESTIÓN DE LA TIERRA Y OTROS MATERIALES SOBRE DISTRIBUCION DE LA RIQUEZA EN WWW.ESPACIOAMUYEN.ORG.AR/DISTRIBUCIÓN


LOS INVITAMOS A ENVIAR SUS COMENTARIOS A mapas@nuevatierra.org.ar

 

Fuente: Tierras: Procesos y tendencias en torno a la distribución de la riqueza / Mapas / Centro Nueva Tierra / Noviembre de 2006, Bs. As.

Bife a la parrilla

Por Alfredo Zaiat

El problema de la carne se desarrolla en el peor de los mundos: el Gobierno realiza una incompleta y, por lo tanto, deficiente intervención en un mercado poco transparente, mientras que los protagonistas de la cadena ganadera creen que son víctimas de la despiadada injerencia del Estado en su negocio. De esta forma, ante el evidente problema estructural de que la demanda –doméstica y del exterior– es mayor que la oferta, los despropósitos se suceden uno tras otro. En una compleja cadena productiva, como la de la carne, estar obsesionado solamente por el tema del precio final del bife en las carnicerías y su impacto en el índice de inflación sólo genera más distorsiones a las ya existentes en cantidad. Por otro lado, anunciar un paro de actividades de nueve días sin enviar ganado ni granos a los mercados cuando la rentabilidad del campo es muy elevada y el Gobierno sostiene un modelo de dólar alto que los beneficia –además de que no se endurecieron los límites de exportación– sólo confirma que la protesta nace de una resistencia ideológico-política más que de un reclamo sectorial.
El negocio de la carne integra una de las cadenas de valor más complicadas de la economía, que no se puede domesticar con un simple golpe de puño sobre la mesa. Los eslabones son varios, con intereses diversos y con prácticas que no son siempre muy transparentes. Las maniobras anticompetitivas, la evasión, la concentración de operaciones, la informalidad son, entre otras, las particularidades de ese mercado. Son tantos los actores que juegan desde la vaca hasta el asado en la parrilla que, si el Gobierno no tiene una estrategia inteligente para cada uno de los eslabones de la cadena que le permita instrumentar una política global eficiente, quedará atrapado en los juegos de lobbies cruzados que existen en el propio sector. Hoy no la está mostrando cuando se dispone el paro más contundente y prolongado en la administración Kirchner, pese a que ha dispuesto medidas largamente reclamadas por los hacendados, como la disminución del peso mínimo de faena. Ya en el anterior episodio de precios en alza que culminó con la restricción a las exportaciones, funcionarios técnicos que entienden cómo funciona el ciclo ganadero habían advertido que a esta altura del año se produce retención de hacienda –por la mayor cantidad y calidad de pasturas–. También habían adelantado que el problema del precio de la carne volvería a estallar. Y así fue.
La Secretaría de Comercio fijó entonces precios de referencia –máximos– para el Mercado de Hacienda. Una medida aislada, coyuntural, inconsulta, pensada exclusivamente en el impacto sobre el índice de inflación, lo que provocó la reacción de los productores. Si bien es cada vez más evidente que los hombres del campo creen que producen sacrificándose en bien del país y piensan que el resto de los habitantes de ese territorio que ellos denominan patria debería manifestar agradecimientos eternos y permanentes, esa intervención del Estado ignora la extraordinaria redistribución de la renta ganadera intrasectorial que se ha volcado a favor de los frigoríficos exportadores y de las poderosas cadenas de comercialización en el mercado interno.
El episodio del alza de la carne en marzo de este año, que provocó la reacción del Gobierno, fue saldado con el ajuste de los precios de la hacienda, rebaja que no se reflejó en la misma magnitud en la venta minorista. Durante estos meses, el precio internacional siguió firme y, por ese motivo, pese a las restricciones de ventas al exterior, las exportaciones –con menos despachos– marcarán este año un record al superar los 1389 millones de dólares de 2005. Los productores mantuvieron su elevada rentabilidad pese a precios contenidos. Pero la renta adicional, extraordinaria por la firme demanda internacional con valores por las nubes y también por un mercado interno que convalida precios más altos que los de hace un año por el aumento del poder adquisitivo, quedó en manos de unos pocos operadores. Estos son los poderosos frigoríficos exportadores y también consumeros, que hoy son aliados silenciosos del Gobierno. Esas condiciones tan atractivas del mercado argentino, tanto por su particular funcionamiento como por la bendición de la madre naturaleza, explican la fortísima apuesta del grupo brasileño Friboi. En pocos meses invirtió casi 270 millones de dólares para adquirir los frigoríficos Swift, ex Cepa y Consignaciones Rurales, para convertirse en número uno de Argentina al concentrar casi el 7 por ciento de la faena total. Facturará unos 400 millones de dólares anuales exportando el 65 por ciento de la producción. Friboi, que también es líder en Brasil, se posiciona así como el quinto frigorífico a nivel mundial.
El conflicto intrasectorial con la carne se repite con el trigo, el maíz y la leche, pero también en casi todas las cadenas de valor del campo. Pequeños y medianos productores son el eslabón más débil –lo que no significa que estén contabilizando quebrantos– en el esquema de distribución de una renta fabulosa debido a la devaluación y a precios internacionales elevados. Como no podría ser de otra manera, esa ganancia no es apropiada en forma equitativa por los diversos protagonistas del campo porque en el negocio agropecuario también se verificó un profundo proceso de concentración y oligopolización. El campo no sólo se transformó por la masiva aplicación de paquetes tecnológicos que incrementaron la productividad. También se ha registrado un sustancial cambio en los actores que participan de la actividad. La manifestación de ese distorsionado patrón de distribución de la renta es la queja de los productores. Están ganando plata pero no tanto como pudieran embolsar debido a la forma en que está organizada la cadena de valor agropecuaria.
Como en toda corporación –el campo es una de ellas–, ninguno de sus jugadores cuestionará a sus integrantes y en esas reglas de lealtad buscará un enemigo externo. El Estado ha sido históricamente el elegido, antes porque no daba créditos subsidiados o refinanciaciones y ahora porque se queda con una porción de la renta a través de las retenciones o porque privilegia el abastecimiento del mercado interno a precios desconectados de los internacionales. De ese modo, el Estado pasa a ser el eje de todos los males debido a que el productor –y sus dirigentes– no puede o no quiere enfrentarse a los eslabones monopólicos de la cadena agropecuaria. Eluden al enemigo y, por ese motivo, se genera una pelea que, a simple vista, parece un diálogo de sordos. El Gobierno les remarca los aportes brindados al campo (pesificación de deudas, gasoil barato y la política de mantener el dólar alto), mientras que los productores se quejan por la “expropiación” por parte del fisco cuando en realidad las más importantes vías de transferencia de la renta se filtran a los eslabones siguientes de la cadena agropecuaria. Lo que sucede es que en la actual crisis de la carne –también en la del trigo– se sumaron los precios de referencia que fijó la Secretaría de Comercio para defender el bolsillo de los consumidores. Pero esa medida aislada consolida una fuga más de transferencia a los sectores más poderosos de la cadena. Para que esa iniciativa no sea incompleta y, por lo tanto, ineficiente, debería complementarse con una captación adicional –con retenciones o un impuesto extraordinario– a los beneficiarios de la exportación, recursos que deberían volver al campo a través de planes de fomento y desarrollo de una agricultura sustentable.
Horacio Giberti, profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires y una de las voces más autorizadas en la materia, lo resumió del siguiente modo: “La principal deficiencia que tiene la acción oficial en este momento es que se están proponiendo instrumentos sin pensar a qué objetivos se apunta. Lamentablemente no hay un plan nacional en que esté insertado un proyecto ganadero. Aunque se diga que algo se hizo o se intentó hacer, eso no disminuye la omisión”. En una conferencia organizada por IADE en abril de este año (publicada en Realidad Económica Nº 219), el ex secretario de Agricultura 1973-1974 sostuvo que “tiene que haber una planificación con objetivos claros, que se definan según la orientación política del Gobierno, con instrumentos que apunten a esos objetivos y voluntad política para ponerlos en marcha”. Para concluir, Giberti afirmó que “se debe abordar la cuestión con una visión global, no con aspectos parciales”.
Es cierto que con los protagonistas del negocio del campo nada será sencillo. Ellos tienen internalizado que el modelo para Argentina debe ser exclusivamente agroexportador y no les preocupa si los consumidores locales no pueden comprar porque los precios son caros, porque de ese modo aumentan los saldos a despachar hacia el exterior. Por caso, habría mucha más carne para exportar si existiera absoluta libertad de precios. Sólo la población de elevados ingresos tendría acceso a la carne, mientras los pobres serían más pobres y peor alimentados. Por esa sencilla razón el Estado tiene que regular ese sensible mercado. Ahora bien: la regulación tiene que ser eficiente y global porque si no lo único que terminará haciendo es agudizar los actuales desequilibrios.

Fuente: Página/12 / Sábado 2 de diciembre / Bs. As.

Las causas del malestar en el campo

Días de furia en el campo

El Gobierno tiene una política agropecuaria: privilegiar la lógica salarial del modelo por sobre los reclamos de los ganaderos.

Por Claudio Scaletta

La carne integra la canasta de consumo que el Gobierno quiere mantener bajo control.
A la producción primaria le tocó la peor parte en materia de apropiación de los beneficios de la devaluación. Hay que reconocerlo, la parte no es mala, pero entre los sectores empresarios es la peor. A diferencia de sus pares industriales, los “hombres de campo” fueron los más perjudicados por el desdoblamiento del tipo de cambio vía retenciones. Y si bien desde el primer día, en el aciago 2002, quedó claro que ésas eran las nuevas reglas del novel modelo exportador, el sector nunca bajó las banderas de la pelea contra el desdoblamiento cambiario. Pero la mala fortuna no terminó con la disminución de la potencia del tipo de cambio.
Una pieza clave del programa económico consiste en evitar que los ajustes de salarios “se coman el modelo”. Es decir, evitar que se anule el beneficio que los exportadores logran en base a salarios relativamente bajos en dólares.
La lucha es bípeda. Una de sus patas consiste en mantener a raya la suba de salarios nominales. Luego de una larga contención por la vía de los aumentos de suma fija y algunas descompresiones puntuales, en 2006 y en el sector formal, se pactaron subas promedio del 19 por ciento. Para el 2007, empresarios y clase política trabajan en la construcción de un consenso en torno de aumentos salariales del 14 por ciento. Es decir, con un recupero de ingresos de unos pocos puntos por encima de la inflación (pocos puntos reales).
La segunda pata de la lucha se asienta en mantener el poder adquisitivo de esos salarios relativamente contenidos. Si se soltasen sin más las fuerzas del “mercado”, los precios de la canasta erosionarían el poder de compra del salario, quizá hasta niveles incompatibles con la armonía social tan cara al discurso del Gobierno. Conocida es, en este punto, la denodada y detallista batalla cotidiana del Ministerio de Economía a través de la Secretaría de Comercio Interior.
Otra vez aquí al sector agropecuario le toca la peor parte. La industria puede verse compelida a contener los precios de algunos productos, pero lo compensa por una doble vía. Primero, porque consume mucha más mano de obra que el campo y se beneficia con el mantenimiento de salarios bajos. Segundo, porque su oferta es más diversificada y no está obligada a contener los precios de todos sus productos. Para muchos analistas hay por lo menos dos inflaciones. La de la canasta que mide el IPC sería sólo una de ellas. La de la canasta de consumo de una familia de ingresos medios hacia arriba, otra.
Desde esta perspectiva, el sector agropecuario tiene menos opciones. En su ecuación productiva el peso de la mano de obra, en particular en la Pampa Húmeda, es muy inferior al de la industria, por eso sus dirigentes pueden darse un tipo de lujo que “los industriales” jamás osarían: decir, para horror de Héctor Méndez, que “el problema no es que los precios sean altos, sino que los salarios son bajos”. Luego, uno de sus bienes más dependientes del mercado interno, la carne, forma parte de la canasta de consumo que el Gobierno (el modelo) quiere (requiere) mantener bajo control. No es casual que en la contienda actual los ganaderos sean los más enojados. Los productores sojeros no tienen este problema. Si algún día el aumento de la producción y el área sembrada de soja afectan la oferta de cereales y, por lo tanto, el precio de la canasta de bienes salarios, no es un problema de corto plazo. Si la carne sube en Liniers o por afuera de Liniers, como se vio la semana que pasó, eso pega en el IPC de mañana, en las expectativas de inflación para 2007 y en la puja salarial. La contienda, vista desde la lógica del modelo, no parece ofrecer muchas alternativas. Para los ganaderos es una desgracia, más cuando la carne no deja de subir en el mercado internacional.
El lock out –siempre mal llamado “paro”– que unirá a tirios y troyanos –aunque no tanto– esta semana será, en consecuencia, un nuevo catalizador de los justos malos humores sectoriales. Pero poco podrá lograr, primero, porque no es una herramienta que, más allá de su poder de fuego mediático, tenga gran efectividad. Los hombres de campo son, al fin y al cabo, empresarios que saben medir sus pérdidas, actuales y potenciales (hasta el desabastecimiento puede combatirse con importación). Finalmente, porque no incluye toda la verdad decir que el Gobierno no tiene una política agropecuaria. La tiene y muy concreta: privilegiar la lógica salarial del modelo por sobre los reclamo de los ganaderos.

Fuente: Página/12 / Suplemento Cash / Domingo 3 de diciembre / Bs. As.

Ver también:

ZAIAT, ALFREDO / “Renta agropecuaria” / En Página/12 / Bs As, 29 de julio de 2006.
En www.pagina12.com.ar

RODRÍGUEZ, JAVIER - ARCEO, NICOLÁS / “Renta agropecuaria y ganancias extraordinarias en la Argentina 1990-2003” / En Realidad Económica #219 / Instituto Argentino para el Desarrollo Económico / Bs As, abril-mayo 2006
En www.iade.org.ar

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