18 mayo 2011

La relación capital/trabajo recupera su dimensión política.

 
 
 
Eduardo Lucita*


Todos los datos disponibles -nivel de actividad, tasa de empleo, masa salarial- permiten
confirmar que el trabajo, aún fragmentado y sin la densidad de otros tiempos, ha vuelto a
ser el centro organizador de la vida social.

Atrás han quedado las tesis del fin de la sociedad del trabajo, de la des-salarización, incluso
esa visión muy posmoderna de que las clases sociales son más un mito urbano que una
realidad. Es cierto, el peso de la clase trabajadora en la sociedad –según como se lo mida-
es menor que en otras épocas, pero no es menos cierto que viene recuperando espacios
a un ritmo que se ha acelerado en los últimos años. Precisamente el notable crecimiento
económico de los últimos ocho años y su impacto en el nivel de actividad y el empleo han
recolocado la centralidad del trabajo en nuestra sociedad.

El capital productivo
Cuando el proceso de acumulación de capitales es hegemonizado por el capital financiero –
como sucedió en Argentina particularmente en los ’90- la relación capital/trabajo tiende a
desdibujarse, a desaparecer del centro de la escena. Por el contrario cuando esa hegemonía
es llevada adelante por el capital productivo, esa relación recupera visibilidad.

El caso de nuestro país es interesante de analizar. El bloque de las clases dominantes es el
mismo que en los ’90, esas fracciones se consolidaron en esa década y como contrapartida
no hay otra fracción que intente terciar en ese bloque, como sí lo hacía hasta mediados de
los ’70 del siglo pasado.

No se trata de que no haya fracciones de capital nacional interesadas, lo que sucede
es que no tienen fuerza social y política como para disputar la orientación del proceso
de acumulación. Esta es tal vez una de las restricciones más importantes con que se
encuentra el kirchnerismo para desenvolver su modelo neodesarrollista. Sin embargo el
bloque de clases es el mismo pero el orden interno, a partir de la devaluación del 2002, ha
cambiado. El comando ya no está más en manos del capital financiero y las empresas de
servicios públicos privatizadas, sino del capital productivo (agrario e industrial) y esto es
determinante en relación al mundo del trabajo.

En este contexto conviene revisar algunos datos empíricos:

Recomposición física
La Población Económicamente Activa (PEA) es hoy de 16.5 millones de personas,
descontando una tasa de desocupación (con planes) del 8 por ciento, los ocupados llegan
a 15.2 millones, de estos 3.1 millón trabajan en el sector público y 12.1 en el privado.
Si se descuentan unos 2.6 millones de empleadores, cuentapropistas y trabajo familiar,
los asalariados llegan a 9.5 millones de estos 1.1 revisten como personal del servicio
doméstico (con muy alto porcentaje de no registrados, en negro).

Así los trabajadores del sector privado en empresas alcanzan a los 8.4 millones, sumados a
los del sector público llegan a los 11.5 millones, de estos el 74 por ciento está registrado (en
blanco).

Cualquier comparación que se haga de la actualidad con los datos equivalentes de la década
del ’90 sale gananciosa. Solo a título de ejemplo los trabajadores metalúrgicos que en
los ‘90 se habían reducido a unos 70.000 son ahora más de 280.000, los de la industria del
neumático pasaron en igual lapso de 800 a 1.600, es cierto que estas dos ramas fueron de
las más golpeadas en el período neoliberal, pero el fenómeno con distinta intensidad replica
en otras ramas y subramas.

Sin embargo la tasa del trabajo no registrado sigue siendo elevada, 26 por ciento de la PEA
(unos 4.0 millones) si le sumamos a estos los cuentapropistas forzados (trabajadores que
facturan) y los desocupados, llegamos a que un 36 por ciento de la PEA (unos 6.0 millones
de trabajadores) no tienen derechos laborales plenos.

Sin entrar a considerar esa calidad del empleo, es innegable que creció muy fuerte en
varios años del ciclo expansivo, pero en la actualidad la capacidad productiva instalada
está prácticamente colmada, por lo que sin un fuerte impulso a la inversión reproductiva la
creación de empleo es muy baja, sino está estancada.

Organización sindical
Según un estudio del MTySS del 2005, el porcentaje de afiliados actuales alcanza en el
sector privado al 37 por ciento (trabajos posteriores hablan ya de un 42 por ciento) y el
porcentaje es mayor en el sector público, lo que daría un porcentual total superior al 60 por
ciento. Una de las membresías sindicales más altas del mundo.

Las Comisiones Internas y los Cuerpos de Delegados, la base de la organización sindical,
constituyen una conquista histórica de los trabajadores del país, que ninguna dictadura pudo
borrar. Es la organización en los lugares de trabajo, allí donde la relación capital/trabajo es
mucho más cristalina y no aparece mediada por los aparatos del Estado o por las estructuras
burocratizadas de las direcciones tradicionales. Sin embargo el referido estudio del MTySS
da cuenta que en solo el 12.4 por ciento de las empresas hay delegados elegidos (análisis
posteriores elevarían este porcentual al 15 por ciento). Se trata de un promedio, la tasa
crece a medida que crece el tamaño de los establecimientos, así en empresas que ocupan
a más de 200 trabajadores hay delegados en el 52.5 por ciento de ellas. Es conocido que
históricamente los grandes conflictos sindicales surgen de los establecimientos o zonas que
muestran una mayor concentración de trabajadores.

Convenciones Colectivas
Unos 5.800.000 trabajadores están encuadrados en Convenios Colectivos, lo que abarca
al 67 por ciento de los trabajadores registrados. Comparativamente el alcance de los
convenios colectivos en nuestro país es muy superior al del resto de América latina.

Un trabajo del economista Guillermo Gigliani: “La política económica en la primera década

del siglo”, Anuario EDI 5, septiembre 2010, muestra que la evolución del salario real
promedio de la economía argentina, luego de siete años de paritarias, ya supera el nivel
alcanzado en el año 1997. Sin embargo “…esta evolución no es homogénea. En el sector
formal – y particularmente en la industria- el ingreso de los asalariados ha logrado superar
los valores máximos de los noventa”. Tal conquista el autor la vincula con la capacidad
de lucha de los trabajadores organizados, y continúa “Sin embargo el mercado de trabajo
mantiene la fragmentación impuesta por el menemismo, ya que los trabajadores del sector
público –particularmente los provinciales- y los informales no han logrado recuperar los
niveles previos al 2001.” Debe agregarse que las Convenciones Colectivas han mejorado
sustancialmente los salarios de los trabajadores formales pero poco las condiciones de
trabajo de esos mismo trabajadores. Por otra parte la desigualdad social se mantiene: el 10
por ciento más rico se apropia del 28.7 de la riqueza, mientras que el 10 por ciento más
pobre solo recibe el 1.8.

Recambio generacional

Datos provenientes de distintas fuentes afirman que en las grandes fábricas y lugares de
trabajo se está verificando un fuerte recambio generacional, que también alcanzaría al
sector público. Esto constituye así una segunda oleada de recambio, la primera se verificó
desde mediados y fines del período alfonsinista. La diferencia entre ambas oleadas es
que la primera encontró en los lugares de trabajo resabios de la memoria histórica que le
permitió a los jóvenes anoticiarse del pasado de luchas y organización sindical. Los jóvenes
trabajadores de la actualidad -para muchos de ellos se trata de su primer trabajo formal- no
encuentran esa referencia. Resultan así un cuerpo colectivo casi virgen, donde esta todo
por ganar, también constituyen un campo de disputa entre las diferentes corrientes político-
sindicales que se expresan cada vez con mayor intensidad en los ámbitos laborales.

En este contexto delimitado por un fuerte crecimiento del número de asalariados, un
recambio generacional que acompaña este crecimiento sin demasiados conocimientos de
derechos y prácticas sindicales, una recuperación de la organización sindical y atisbos de
politización, es válido preguntarse ¿Qué subjetividad se está hoy construyendo en el mundo
del trabajo?

Arriesgando una caracterización puede pensarse que estamos en presencia de conciencia
proletaria –en el sentido más amplio del término- en transición y cuyo futuro está en
disputa. Esta disputa se da en un escenario donde el trabajo ha recuperado –si es que alguna
vez la hubo perdido- su centralidad en nuestra sociedad capitalista. Y no es este un dato
menor para quienes aspiran a transformar radicalmente las estructuras de dominación en
nuestra sociedad.

* integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda.

No hay comentarios.: