Es
mucho más fácil hablar de política que hablar políticamente. Siempre ha sido
así, y el momento que vivimos en Argentina
pone de manifiesto con más fuerza esta diferencia.
Al
mismo tiempo hablar “en” política, justamente, implica mucho más que hablar y una cualidad particular de la palabra.
Supone
una posibilidad – y una exigencia- no sólo de actuar y de implicarse, sino, sobre
todo – y esto es lo más difícil- de interrogarse,
replantearse la propia intervención, el modo de responsabilzarse por el mundo y
la historia propia y colectiva. Cosa que vale para los individuos y para los
agrupamientos e instituciones.
Por
eso, cuando hablamos de formación política
nos referimos al ejercicio de generar conocimiento y sentido respecto de la
dimensión política de las prácticas de los actores y del tramado de prácticas
que es la
realidad. Pronunciar unas palabras que permitan reconocer la
trama de condiciones y decisiones que construye el mundo.
Es
algo muy diferente a pensar “sobre” política – aunque evidentemente hay que
pensar “sobre”. Es darle forma al
sentido político de los conflictos que nos atraviesan y nos desafían. A
cada cual y al conjunto.
Diferenciamos
la propuesta respecto a los proyectos llamados de formación política que la
toman como si fuera una sub-área más, un tema que se agregaría a lo social, lo
cultural, lo económico y lo político. La
política no algo “más”, no es un subsector más de la realidad de la: es lo que
define lo demás y lo que decide la
realidad.
Este
definir, decidir, sucede cuando la política se imagina, cuando se instrumenta y
organiza y cuando se interviene. Formar
(se) políticamente es dilucidar, cuestionar y transformar lo que de conflicto y decisión tiene lo que
llamamos realidad, incluyendo nuestra propia identidad y posición.
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