21 febrero 2011

Un acercamiento a la cuestión de las políticas públicas: al rescate de la “carne” política de un tema en el centro de la agenda (parte 2 de 5)

Néstor Borri *

2. Desde la vida cotidiana y la experiencia de las mayorías populares

Un paso que acompaña este movimiento es el esfuerzo de pensar las políticas públicas desde la vida cotidiana. Especialmente de la de los sectores populares; contrastándola con la vida cotidiana de todos los sectores de la sociedad. Por ejemplo: ¿Cuántas políticas públicas hacen que cada uno de nosotros tengamos puestas las zapatillas que llevamos? ¿Qué hay de política pública en un chico descalzo? ¿Cuántas políticas públicas hace que se gaste dinero en unas zapatillas caras, y no en otra cosa? ¿Cuánta gente trabajo para que tengamos unas u otras? ¿Cómo las compramos? ¿Cuándo? ¿Cada cuánto puede un joven, o una familia, cambiar por ejemplo los pares de zapatillas de sus chicos? ¿Qué lugar ocupa en su marco de prioridades y posibilidades?

A ras del piso, y en la cercanía de la vida concreta de sectores concretos. Es un buen punto de partida. Tratar de pensar la cuestión comprendiendo que esa toma de posición del estado “surge de” y “va a” lo encarnada y crudamente concreto de la vida de las personas, de los ciudadanos. Y que así le da forma no sólo a las zapatillas, sino a los rumbos de la sociedad. Y a la vida de cada cual.

Así es que parar abordar las políticas públicas, de una manera significativa en la Argentina, hoy, un buen criterio es pensar cómo se organiza políticamente la felicidad colectiva, y en que momento esa felicidad está atravesada por la forma, las decisiones y los posicionamientos de las acciones del estado respecto a las cuestiones que, evidente o veladamente, hacen a la posibilidad de tener “una buena vida”.

Con todos los riesgos del caso, si tuviera que elegir una palabra que realmente nos ayude a pensar en relación a la política publica, elegiría felicidad. Sabiendo que cuando uno pone todo ese sintagma de palabras, ninguna palabra queda inmaculada, todas son tensionadas por las otras. Y uno sabe perfectamente que no es casual que, por ejemplo, la cuestión de la felicidad sea también un tema favorito del mercado y de los grupos concentrados. Tema del que nos habla una y otra vez desde su modo principal de posicionarse en medio nuestro: la felicidad es el tema central de toda la publicidad y el consumo.

Cuando felicidad y política se ponen al lado, en una frase, del verbo “pensar”, no se trata fácilmente de elucubrar y “pensar” nada más. De la misa manera que en la fórmula felicidad colectiva, ni lo colectivo, ni la felicidad se pueden expresar livianamente.

Entonces, el desafío de pensar rigurosamente, técnicamente también, sobre las políticas publicas, pero también pensarlas con mucha carnalidad, con mucha biografía individual colectiva, con mucha vivencia personal, grupal, familiar. Histórica. Marca historias, en el cuerpo de los sectores populares, la presencia o ausencia, o la direccionalidad de políticas publicas.

Y una cosa mas es bueno plantarse en esto, por su supuesto, desde un compromiso solidario, militante, generoso, altruista, pero hay un punto donde si uno no logra enganchar la cuestión política con los propios deseos de felicidad, podemos quedar entrampados.

Puede parecer egoísta, individualista… pero todas las palabras que nos parecen feas, las tenemos que recuperar… Incluso las que se presentan como las peores, por ejemplo: individualismo. El neoliberalismo que nosotros decimos que es individualista, si hay una cosa que hace es destruir a los individuos. Individuo significa “lo que no se divide”. Sin embargo, nadie mejor que el neoliberalismo para destruir al individuo. Y no es casual que las políticas sociales neoliberales, las llamadas focalizadas, han sido las que más han dividido individuos, realidades problemáticas. Paradójicamente, cuando proponemos políticas publicas en el área social, integrales, estamos recuperando la posibilidad de que los sujetos sean individuos, cosa que las políticas de los 90 tendieron a fragmentar al infinito.

De la misma manera, hay palabras que parecen buenas, que se asemejan a las nuestras, que parecen nuestras, que apreciamos, pero a las que vale la pena poner por lo menos bajo sospecha o, en todo caso, en clave reflexiva. Un ejemplo, casi a modo de provocación: la palabra participación. Siempre aparece el planteo de que las políticas deben ser absolutamente participativas. Frente a esto, para abrir una mirada más apropiada, basta decir quizás, que el neoliberalismo fue siempre participativo. Y muy especialmente con los más pobres. Si miran las políticas sociales de los ’90 invitaban ampliamente a los sectores populares a tener que participar para obtener al “precio” de la participación lo que deberían haber tenido por derecho. ¿Quiere decir esto que las políticas públicas no deben proponer participación o que la participación no es importante? No. Sí quiere señalar que hay diferentes modos y consecuencias de la participación. Sentidos políticos de la misma. Porque, así como hay que garantizar el carácter democrático y participativo de las política públicas; también hay que prevenir el hecho de que muchas veces los que quieren participar y direccionar son los sectores concentrados y el mercado, y los intereses opuestos a los de los sectores populares. Por eso, al reclamar políticas públicas participativas, siempre vale estar atentos a la funcionalidad de la participación en ellas: antes, durante y después de su ejecución. Esto es parte del gran trabajo de “filtrado”· que debemos hacer sobre todo el jugo neoliberal que impregna, aún hoy, nuestras discusiones y reflexiones.

Siempre la política pública como algo que nos atraviesa y que no tiene que ver solamente con nuestra militancia y nuestro compromiso con lo colectivo. Sino, más bien, con el momento donde lo colectivo nos atraviesa.

Poder reubicar, a la hora de pensar el altruismo, la generosidad en un punto donde no seamos analistas ni demandantes, sino protagonistas de las políticas públicas. Como ejercicio, pensemos, por ejemplo, cuál es en este momento la política pública más importante para la felicidad de cada uno. ¿Cuál es, para gente que ronda los 30 años, la política más importante? ¿Cuál habrá sido, entre los 15 y los 20 años, la política pública más importante? ¿Cómo se “arma” una juventud con política pública? Cómo es ese espacio de “moratoria”, de oportunidad para experimentar que algunas visiones plantean como la definición de lo que es la juventud: una “changüí” entre la niñez y la vida adulta, donde se da a los sujetos un plazo, una ventana de oportunidad para entrar con más elementos a las fase siguientes de la vida y al mundo de las responsabilidades adultas. Veamos por un momento a la juventud de este manera: como un espacio que se abre en esos términos, como un conjunto de oportunidades para sujetos que durante un cierto tiempo pueden estudiar “sin trabajar”, explorar lo colectivo sin tener que votar, explorar con el afecto y la sexualidad sin tener que formar una familia de inmediato. Y pensemos entonces ¿Cuántas políticas públicas hacen que hayan tenido o tengan esa moratoria? ¿Cuál es la trama que sostiene, el marco que abre esa ventana en las experiencias personales y colectivas de los sujetos que, entonces, y no sólo por la edad, podemos llamar jóvenes?


[1] El presente texto es la ampliación y desarrollo de una intervención realizada en un encuentro de formación política para jóvenes en el marco del ciclo Memoria, Derechos Humanos y Prácticas Políticas llevado adelante por el Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos Humanos La Perla (Córdoba), el Centro Nueva Tierra y la iniciativa Cátedras Populares del Ministerio de Desarrollo de la Nación.

* Centro Mapas pedagogía/política www.mapas.org.ar nestorborri@gmail.com

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