10 diciembre 2010

Desafío a la teoría


Fragmento de una entrevista a Eduardo Rinesi, completa acá

Entre otras cosas, en referencia a tu reciente conferencia “El kirchnerismo como desafío para la teoría política”, ¿cómo relacionar la actual vibración política existente en la sociedad argentina con la producción de conocimiento en la universidad?
Eso siempre es un problema. Cómo pensar la relación entre las carreras académicas, entre la vida profesional de los académicos que producen dentro del circuito propio de esa corporación, y los compromisos públicos de individuos (que eventualmente pueden ser esos mismos académicos) que buscan una circulación de otro tipo de discursos. Eso no me parece que sea una novedad que haya introducido el kirchnerismo. Me parece que lo que el kirchnerismo introduce es una fuerte interpelación para actuar en el espacio público de muchos tipos que durante los 90 podían sentirse mucho más tentados a hacer una simple carrera académica sin mayor intervención en otros debates. Me parece que muchos se ven impulsados a participar del espacio público de las discusiones y es evidente que en ese espacio público de las discusiones no se habla igual que como se habla en la academia, no se cita igual que como se cita en la academia y no se progresa como se progresa en la academia. Son otras reglas de juego, son otras reglas de constitución del campo, como diría un sociólogo. Lo otro es que, dentro ahora del campo académico, del campo de la “teoría”, digamos así, de la teoría política, el kirchnerismo representa un desafío fenomenal. Quiero decir: que, más allá del compromiso público que muchos académicos han decidido asumir en relación con las actuales discusiones, me parece que como problema teórico el kirchnerismo representa un desafío interesantísimo. Posiblemente de los más interesantes que haya enfrentado la sociedad, la política y la teoría política argentinas en las últimas décadas, porque, en efecto, el kirchnerismo tiene una gran complejidad. Es un fenómeno político de una gran sofisticación y difícil de entender y de pensar. Muchas veces, cuando algo resulta difícil de pensar y de entender para la teoría, la teoría tiene un recurso fácil, que es declarar que eso que ella no entiende es una anomalía, algo que esta mal, que no debería ser así. Despreciarlo rápidamente y decir que las cosas deberían ser de otra manera y llamar a eso que no entienden con nombres despreciativos que denuncian más bien, antes que ninguna falta particular de ese objeto, una gran capacidad del pensamiento para dar cuenta de él.
De ahí salen teorías muy normativas, muy ingenuas y sin ninguna capacidad para explicar nada. Yo creo que hay que hacer un esfuerzo para explicar al kirchnerismo, que es un fenómeno complejo que articula de forma muy novedosa diversas tradiciones culturales y políticas, porque esa articulación que se produce en el kirchnerismo es una novedad en la historia argentina. En el kirchnerismo hay un fuerte componente que proviene de la tradición nacional-popular-democrática, que a veces se llama populista, que envuelve a los grandes movimientos de masas de la Argentina del siglo XX, y al peronismo en primer lugar. Pero hay en el kirchnerismo otras cosas, también: hay, por ejemplo, un fuerte componente liberal en el kirchnerismo, un componente liberal que en general no es suficientemente atendido por la discusión teórica sobre el asunto. La decisión (que me parece a mí una de las novedades más importantes de los últimos años de la Argentina) de permitir que todo el mundo pueda expresarse en el espacio público, decir cualquier cosa, pedir lo que se le ocurra, sin temor a ser reprimido, es una decisión que está fundada en la mejor tradición del liberalismo político, como está fundada en la mejor tradición del liberalismo político el hecho (novedoso, originalísimo y avanzado, que nadie ha destacado, me parece a mí, lo suficiente) de la eliminación de la figura de las calumnias y las injurias promovida por este gobierno, al que se le puede decir cualquier cosa, incluidas mentiras, sin que nadie tenga que temer el peligro de que se le venga un juez en encima. Y como está fundada en la mejor tradición de ese liberalismo político, también, la reivindicación que suele hacer la presidenta de la nación en muchos de sus discursos, sobre todo en varios de los que produjo en las semanas tan intensas del conflicto alrededor de la Resolución 125, sobre la superior legitimidad de los representantes del pueblo, cuya condición de tales les permite presentarse como genuinos portadores de una vocación por el bien común, frente a los líderes de las corporaciones, cuyos intereses son, por definición, particulares. Eso también pertenece a la mejor tradición liberal, que antes que el kirchnerismo había encarnado en la Argentina el alfonsinismo: políticos versus corporaciones, representantes de intereses del pueblo versus representantes de intereses facciosos.
Por cierto, hay también un fuerte componente republicano en el kirchnerismo. Eso también, me parece, es algo que no suele decirse, pero no suele decirse porque la idea de república que da vueltas hoy por el debate político argentino es extraordinariamente sesgada, extraordinariamente estrecha. Yo invitaría a pensar la idea de república en la gran tradición de Cicerón, de Maquiavelo y de Hegel, no en la de Augusto Roa y Eduardo Van Der Kooy. Me parece que la idea de República es una idea que está muy presente como orientación general de las políticas que impulsó el gobierno anterior y ahora éste. Así, es absolutamente republicana, por ejemplo, la decisión de retirar el cuadro de un dictador de un edificio público. Es absolutamente republicana, también, la decisión de promover juicios a los autores de delitos gravísimos durante la última dictadura militar. Es absolutamente republicana, asimismo, la decisión de sanear la Corte Suprema de Justicia. Y es absolutamente republicana, por último, y en un importantísimo lugar, la decisión de que sea el Estado el que garantice los derechos de los ciudadanos. En la tradición republicana el Estado no es lo que amenaza la libertad: es lo que la garantiza. Y eso me parece que es un concepto fuerte que tiene el actual gobierno y que proviene de lo mejor de esa gran tradición republicana.
Finalmente, hay en el kirchnerismo un decidido componente que yo llamaría jacobino. Entendiendo por jacobinismo, para decirlo muy rápido, la combinación entre un cierto ideario de transformación progresiva de la sociedad –izquierdista, para decirlo en los términos de la Revolución Francesa– en el sentido de una mayor igualdad, una mayor justicia, de una ampliación de los derechos, y al mismo tiempo un modo de comprender el Estado asociado a la idea de centralidad de un equipo gubernamental muy eficaz, muy conciente, muy concentrado, actuando desde el centro de ese estado, en una relación del Estado hacia la sociedad, que hace del Estado el gran promotor de los cambios. Me parece que algo interesante que trae el kirchnerismo es la idea de que la ampliación de los derechos y la ampliación de la libertad, los grandes avances democratizadores que se han producido en los últimos años no provienen de las fuerzas instituyentes de una sociedad civil movilizada y crítica, sino que provienen de la fuerza instituyente de los poderes instituidos. Es decir, es el Estado el principal promotor de los cambios democratizantes que se han producido en la sociedad en los últimos años. Y eso, que cambia nuestro modo habitual de pensar las cosas, es un desafío para la teoría importante. Yo creo, en fin, que la teoría política, por todas estas razones, tiene frente al kirchnerismo un desafío, una cosa para pensar, y debería tomar ese problema interesante para pensar en lugar de despreciarlo rápidamente y decir que son todos feos, sucios y malos. Porque de ese modo lo que hace es confesar su propia impotencia teórica para pensar los problemas que realmente importan.

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