solo
como si fuera un
animal eterno
clavado en la
puerta del infierno
Cuando Néstor
Kirchner insistía con su planteo de que
“recién estamos saliendo del infierno”, en general se asociaba – correctamente,
por lo demás- esa descripción a una referencia a la crisis del 2001-2002 y, más ampliamente, a la
década de los 90 o al neoliberalismo.
Por costumbre,
también por gusto, y también como estrategia de aprendizaje y de reflexión
- que además tiene una larga
tradición- creo que siempre es bueno
estar atentos a lo que las palabras dicen y sin embargo no escuchamos en la
primera vuelta – ¡sólo en balotaje!- . Y así me empezó a rondar esta pregunta:
¿Y qué hay en las inmediaciones, a la salida del infierno?*
Por un tiempo me
dio vuelta efectivamente la pregunta, y un tiempo después, una vez que pude
ampliar la mirada respecto a lo que “el infierno” podía ser, me vino a la vista
una cuestión evidente, una imagen
conocida, clásica incluso: a la salida del infierno, está el Cancerbero, como
sabe cualquiera que escuchó algo de mitología griega, no tanto erudita, sino
simplemente las versiones de esta que subsisten en el imaginario popular aun
hoy con mucha fuerza. El Hades, a cuya puerta está el perro de muchas cabezas,
no es estrictamente el infierno, sino el reino de los muertos. Pero en la
concepción generalizada, es más o menos lo mismo (y esta identificación de
muerte e infierno, y lo que implica en relación a la tierra de los vivos, es también significativa
para lo que quiero compartir). Ahí,
en todo caso en esa puerta del hades-infierno,
el Cancerbero, además de estar, tiene una función tan significativa como
simple: cuidar que nadie salga.
Vigilar la salida y ladrarle – con sus varias cabezas y sus muchos dientes- a
quien quisiera salir. Y atacarlo también (no queda claro, y es para pensarlo en
todo caso, qué clase de miedo a una mordida podría tenerle un muerto o un
condenado: quizás sea significativo pensarlo en relación a lo que quisiera
compartir con estas líneas).
Teniendo en cuenta
todo esto, un poco después, compartiendo
reflexiones y espacios formativos sobre la historia reciente y las vivencias
actuales, se me ocurrió que “el infierno” podía ser otra cosa, además de la catástrofe
del 2001. Que podía ser, también el
lugar (llego el caso el tiempo, en
todo caso la situación) de ausencia
de la política.
La teología
cristiana señala con bastante precisión,
mas allá de unas cuantas zonceras que
luego se han dicho al respecto, que el infierno es la ausencia de dios. Ahora,
la interpretación de esto no vale la pena que sea la religiosa oficial vulgar.
Más bien, pensar las definiciones serias de “dios” tanto en el pensamiento de
los pueblos como una parte de los
teólogos: Dios es el lugar donde el
hombre piensa sus problemas decisivos.
Así, la ausencia
de ese lugar o, dicho de otra manera, el
exilio de ese lugar sería el infierno.
Como el Angelus
Novus, el ángel de la historia de Benjamin, entonces, el Cancerbero cambia de
dirección su mirada y su posición. Está, sí, en la puerta del infierno, cuidando que nadie salga. Evitando que
alguien salga. Entonces, no está en la
puerta mirando hacia afuera. Mira y vigila hacia
adentro, cuidando el camino o los caminos (por eso tendrás varias cabezas,
después de todo) que llevan allí donde se pueden pensar los problemas
decisivos.
Puesto en otro
registro del discurso y los planteos de NK, todos sabemos que un clivaje
fundamental de estos era el del retorno de – o a la – política. Lugar donde pensamos nuestros problemas decisivos.
Nuestras decisiones propiamente dichas. Dicho esto, quedan el cancerbero y sus cabezas, su feroz vigilia, sus muchos
ojos, sus tensos y desvelados músculos
siempre listos, vigilando el camino de la politización, el camino que lleva a
la política.
¿De qué están
hechos los lugares? Dicho todo lo anterior, creo que no es difícil plantearse
que infierno, política, puertas y caminos, están hechos de la materia de las conversaciones. Que es la materia de la que
están hechos los pensamientos. El
infierno sucede en las conversaciones. Los cancerberos son cancerberos
conversacionales: formas de la conversación que encierran la palabra y el
diálogo, las discusiones y la interrogación, el pensamiento en un lugar que no
es pequeño. Que incluso puede no ser un encierro. Pero que tiene una
característica fundamental: los caminos que desde ese lugar llevan a poder
pensar políticamente, pensar política, están crudamente vigilados.
Ubicar estos
cancerberos en las formas que adquieren
en la conversación, sus fieros y múltiples rostros, su fino olfato, sus
ladridos atemorizantes, es una tarea político-pedagógica fundamental.
El infierno, la
política y el guardián son realidades conversacionales. Los modos de distraerlo,
esquivarlo o incluso vencerlo, también.
Néstor Borri
* Este texto remite a uno anterior,
con el mismo tema y motivado por similares inquietudes. Están en este link y
los 4 siguientes:
http://tripaletra.blogspot.com/2009/11/cancerberos-conversacionales-los.html
Ilustración de Pablo Lobato.
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